La Comodidad, madre de todos los vicios

El ser humano es carente. El estado de equilibrio de un ser humano es breve, siempre se rompe por alguna necesidad: ahora tiene sueño, ahora tiene hambre, ahora desea un trabajo más trascendente, ahora desea una pareja, etc. La mayoría de las veces las personas buscan su equilibrio a través de la ley del menor esfuerzo, sin embargo, lograr nuestros objetivos a través de esforzarnos menos no nos lleva a la satisfacción.

Mucho se ha estudiado sobre este fenómeno. Las disciplinas orientales como Sikh Dharma lo refieren: aquello que completa al hombre y lo hace realmente feliz es el dominio de sus deseos y pasiones, el camino de la Yoga, es decir, el de la disciplina, el trabajo, el dominio de la conciencia sobre el cuerpo y la disminución del ego. La Kabbalah, otra disciplina oriental de más de 2,000 años de antigüedad explica que una sensación de bienestar sostenido depende del trabajo constante para remover el pan de la vergüenza, que no es otra cosa que la sensación de disonancia que experimentamos cuando recibimos algo que no nos hemos ganado.

En años posteriores, Sigmund Freud habló del principio del placer (es decir, el de la satisfacción inmediata) como eje rector de la conducta infantil, mismo que es suplantado o complementado por el principio de realidad, que implica una madurez en el sistema de creencias del individuo. Sin embargo, no todas las personas logran migrar al principio de realidad, y no todas las veces que se tiene una necesidad se renuncia al deseo de satisfacerla de manera inmediata y sin esfuerzo.

Si lo analizas, querido lector, es la comodidad y nuestra profunda adicción a ella lo que nos hace egoístas. La elección del camino más fácil produce las mentiras, transgresiones, robos, crímenes, violaciones, abusos en la comida, bebida, descanso, fiesta. Es la comodidad la que nos hace flojos, improductivos, lo que nos pierde en la queja, la preocupación, la pobreza. Es más fácil quejarse que construir, es más fácil preocuparse que tener confianza, es más fácil pedir que construir. Todos deseamos una vida sencilla, sin prisas, sin esfuerzo, algunos lo consiguen, pero el estado de bienestar que experimentan es normalmente frágil y poco duradero.

Las personas altamente productivas tienen hábitos de trabajo y disciplina notables, las sociedades trabajadoras y disciplinadas son las más exitosas, ejemplos como Alemania y Suiza lo demuestran.

Es importante entonces reconocer la diferencia entre tener algo y poderse beneficiar de eso que se tiene. Por ejemplo: ¿cuántas personas tienen una situación económica boyante pero una vida llena de caos? ¿cuántos tienen una relación de pareja pero viven sumergidos en conflictos? No es lo mismo tener un privilegio y ser privilegiado, la diferencia, lo que nos permite extraer el beneficio de aquello que tenemos es el esfuerzo, la dignidad que acompaña el ganarnos las cosas, el buscar diariamente salir de la comodidad y el confort e ir al entorno dispuestos al esfuerzo.

Imagina como serían nuestras sociedades si todos eligiéramos una vida disciplinada y de esfuerzo, no sería fácil, claro que no, es justamente un esfuerzo, tendríamos como única tarea que combatir nuestra pereza, pero las personas cederían su asiento en el metro, nadie estaría pidiendo limosnas en el alto, se pagarían los impuestos cabalmente y las calles estarían bien pavimentadas. Nuestras ciudades serían limpias y seguras, viviríamos más serenos, la corrupción se abatiría... etc. Esta visión tal vez utópica es posible si comienzas a hacer tu parte.



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