Sobreprotección o exigencia

   Una de esas verdades incómodas, es que en las familias con más de un hijo, normalmente los padres manifiestan predilección por uno de ellos, aunque cuando un padre o madre sea cuestionado sobre el amor que les profesa a sus hijos, normalmente contestará que les ama con la misma intensidad y profundidad.

   Esto por supuesto es una gran mentira. El asunto es que admitir abiertamente su preferencia por alguno de sus hijos, deja en "desventaja" al resto, puede sumir al progenitor que haya proferido semejante declaración en un proceso culposo importante, amén de que lograría levantar más de una ceja enjuiciadora en cualquier situación social. Para evitarnos semejantes desplantes mejor decimos: los quiero igual, a todos mis hijos.

   Tener una afinidad o predilección por alguno de los hijos, no los hace malos padres, los hace humanos y es importante entender que la preferencia por alguno puede responder a un sin fin de razones; desde el parecido físico, la similitud en caracteres, las circunstancias de la concepción o el nacimiento, etc. Amar a los hijos es siempre un acto positivo y constructivo, sin embargo, puede convertirse en un problema cuando los padres no logran distinguir si su amor se convierte en exigencia.

   Para muchos hijos la preferencia de los padres es vivida como una carga. Dado que son los favoritos, son más requeridos que los demás, más exigidos que los demás, sometidos a procesos de culpa más intensos que los demás, se espera más de ellos que de sus hermanos, etc. Los padres suelen ser flexibles con ellos en cuanto al cumplimiento de reglas y la aplicación de castigos o consecuencias, pero más rígidos en cuanto al cumplimiento de responsabilidades y obligaciones o la satisfacción de expectativas.

   Dado que muchas de estas preferencias son debidas a similitudes de carácter o incluso fenotipo, es de esperar que los padres vean en sus hijos predilectos la posibilidad de cumplir algunas metas que se vieron truncadas en sus propias vidas. El logro de objetivos propios se vuelve entonces una obligación del hijo "predilecto". Es observable también que junto con esta exigencia, la capacidad de disfrute de los chicos disminuye, las probabilidades de fracaso (o la sola idea de fracaso) se incrementan.

   La salida de este circuito es la conciencia. Darnos cuenta de que existe este tipo de predilección y la búsqueda de la vivencia del amor en libertad. Los hijos NO son propiedad de los padres, los hijos tienen derecho a vivir su vida, cometer sus errores, fijar sus propias metas, a alejarse o acercarse desde el amor, no desde la culpa o el miedo y los padres deberían de ser los primeros impulsores de estas posibilidades.

   He escuchado muchas veces a padres de familia decir: "Mis hijos son unos ingratos", "mis hijos no quieren estar conmigo", "mis hijos me ven sólo como proveedor". Entones reclaman a los hijos una actitud desprendida, indiferente hacia ellos. Mi pregunta es: ¿Qué has hecho como padre para que tus hijos quieran estar contigo, te traten con gratitud y te vean como un guía, maestro, apoyo?

   Es importante que además del miedo, la culpa, las preguntas sin respuesta, las decisiones cerradas, las opiniones rígidas, las expectativas profundas, exista un proceso consciente en la construcción de la relación con los hijos. A fin de cuentas, hay que entender que como cualquier relación humana, el vínculo entre padres e hijos también requiere de trabajo, límites, amor y conciencia.
 

Enfermedades psicosomáticas

A finales del sigo XIX, cientos de mujeres acudían a los consultorios médicos aquejadas por síntomas objetivos sin causas o lesiones que los provocaran, por ejemplo, miembros paralizados sin daños a los nervios, cegueras sin problemas en el sistema ocular, hipersensibilidad permanente o bien adormecimiento de una extremidad, incluso catalepsias y perturbaciones por el estilo. Al no encontrar causas fisiológicas que justificasen estos síntomas,  la mayoría de los médicos de la época las descartaban (me refiero a las pacientes) como embusteras, buscando atención o bien engañar al respetado gremio médico.

Fue en ésta vorágine que apareció una voz que indicaba que no se trataban de embustes sino de experiencias reales, pero que las causas de la aparente enfermedad no eran físicas sino psicológicas. Esa fue la voz de Sigmund Freud, que comenzó a estudiar y tratar a estas pacientes con buenos resultados y de cuyo estudio se desprendió lo que después viniera a ser la teoría psicoanalítica, revolucionando el pensamiento y la comprensión de la vivencia humana hasta los tiempos modernos.

Después de Freud, mucho se ha hipotetizado sobre los problemas psicosomáticos (a decir, enfermedades físicas provocadas por conflictos emocionales), entre ellos resaltan los trabajos de Louise Hay, autora de "Tu puedes sanar tu vida", publicación que incluye un directorio de enfermedades, las posibles causas afectivas de ellas y los "decretos" o pensamientos propicios para combatirlas.

Hoy en día contamos con teorías más complejas y completas que las de Louise Hay, como es la Biodescodificación, cuyo paradigma indica que cualquier experiencia vivida de manera sorpresiva, en donde el individuo se sienta solo y sin solución aparente puede generar un estado de estrés conocido como "bioshock".  El bioshock sostenido durante un periodo significativo obligará al organismo a buscar una alternativa de alivio, a decir, una enfermedad.  El biodescodificador, se centra en descubrir cuál fue la experiencia "madre" que generó el bioshock para que con esa información, el enfermo acuda a un espacio terapéutico y logre una solución más funcional y adaptativa que le enfermedad.

Podemos ahondar mucho sobre las implicaciones de las enfermedades psicosomáticas, cuales son sus síntomas frecuentes y sus causas afectivas aparentes, sin embargo en esta ocasión solo te quiero compartir algunas conclusiones que me parecen de importancia:

1. No todas las enfermedades son psicosomáticas, algunas tienen causas meramente físicas y es importante poder establecer la diferencia al momento del diagnóstico, a riesgo de buscar tratar un mal cuando se trata de otro.

2. Cuando se confirma una enfermedad psicosomática, ésta no se va a retirar con "buenos pensamientos". Si hemos llegado al grado de depositar el conflicto en el organismo, tenemos que tratar al organismo forzosamente. Encontrar las raíces emocionales y buscar su solución ayuda, por supuesto. Sin embargo, no podemos esperar que la enfermedad física se resuelva únicamente a través de la transformación de conciencia. Es cierto que en el caso de las enfermedades psicosomáticas, la solución a nivel de afectos es un componente vital e inequívoco para la recuperación del enfermo, pero no el único y probablemente resultará insuficiente cuando se busque la remisión de la enfermedad. Cuando el cuerpo habla, hay que escucharlo, cuando enferma, hay que curarlo.

3. Cada día el paradigma médico nos indica con mayor energía que es un error ver el organismo como un ente separado de la conciencia, o incluso del alma, somos una unidad. Podemos asumir que cuando el cuerpo se enferma, expresa un conflicto que se verá reflejado en la conciencia y en el alma, y viceversa. El tratamiento integral deviene la opción más eficaz para la cura verdadera.

Para mayor información acerca de las causas de las enfermedades psicosomáticas te invito a consultar el libro mencionado renglones arriba, esperando como siempre que esta información sea de utilidad a tu vida y a la de aquellos que dependen de ti.


 
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